Técnicas de estudio, concentración, memoria, comprensión, y desarrollo de habilidades mentales

  Para investigar es preciso que haya confianza  

 

Para investigar es preciso que haya confianza porque vas a adentrarte en lo desconocido. Es preciso que haya una enorme confianza y coraje, porque vas a alejarte de lo convencional y lo tradicional, vas a alejarte de la multitud. Vas a sumergirte en mar abierto sin saber si existe la otra orilla.

No podría mandarte a hacer esta investigación sin prepararte para confiar. Parecerá contradictorio, pero ¿qué puedo hacer? La vida es así. Sólo una persona que tenga una gran confianza será capaz de tener grandes dudas, de investigar algo así.

Una persona que tiene poca confianza dudará poco. La persona que no tiene confianza sólo finge que duda. No puede investigar en profundidad. La profundidad llega con la confianza, y hay que tomar algún riesgo.

Antes de mandarte al mar desconocido, tengo que prepararte para ese enorme viaje en el que tienes que ir solo, pero puedo acompañarte hasta el barco. Antes, tendrás que conocer la belleza de la confianza, el éxtasis del camino del corazón, para que cuando estés en el mar abierto de la realidad tengas bastante coraje para continuar. Pase lo que pase, tendrás confianza en ti mismo.

Imagínatelo: ¿cómo puedes confiar en nada o en nadie si no confías en ti mismo? Es imposible. Si dudas de ti, ¿cómo vas a confiar? Tú eres el que tiene que confiar, pero si no confías en ti, ¿cómo vas a confiar en la confianza' Es absolutamente necesario que el corazón se abra antes de que el Intelecto se transforme en inteligencia. Ésta es la diferencia entre intelecto e inteligencia.

La inteligencia es el intelecto en armonía con tu corazón.
El corazón sabe cómo confiar.
El intelecto sabe cómo buscar e indagar.

Hay un antiguo cuento oriental:

Dos mendigos vivían a las afueras de un pueblo. Uno era ciego y el otro no tenía piernas. Un día ardió el bosque que estaba cerca del pueblo donde vivían los dos mendigos. Por supuesto, competían entre ellos -tenían la misma profesión, mendigaban de la misma gente- y estaban constantemente enfadados el uno con el otro. No eran amigos, eran enemigos.

Dos personas que tienen la misma profesión no pueden ser amigas. Es muy complicado porque es una cuestión de competencia, de clientes, puedes quitarle el cliente al otro. Los mendigos clasifican a sus clientes: "Recuerda que este hombre es mío; no le molestes." Tú no sabes a qué mendigo perteneces, quién es el mendigo que te posee, pero en la calle hay un mendigo al que tú perteneces. Probablemente, ha luchado y ha ganado la batalla, y ahora tú eres su posesión...

Cerca de la universidad solía haber un mendigo; un día me lo encontré en la calle. Siempre estaba ahí, cerca de la universidad, porque los jóvenes son más generosos; las personas más mayores se van volviendo miserables, miedosas. La muerte se aproxima y, aparentemente, el dinero es lo único que les puede ayudar. Si tienen dinero, los demás les podrán ayudar; si no tienen dinero, ni sus hijos ni sus hijas se preocuparán por ellos. Pero los jóvenes pueden derrochar. Son jóvenes, pueden ahorrar-, la vida está ahí, tienen toda la vida por delante.
Era un mendigo rico gracias a los universitarios... En India, un estudiante sólo llega a la universidad si pertenece a una familia rica, si no, es un esfuerzo demasiado grande. Algunos pobres también llegan a la universidad, pero es difícil, es duro. Yo también pertenecía a una familia pobre. Por las noches trabajaba de editor en un periódico, y durante el día iba a la universidad. Durante años, no pude dormir más de tres o cuatro horas; lo hacía cuando encontraba un momento a lo largo del día o por la noche.

Este mendigo era muy fuerte. Ningún otro mendigo podía entrar en la calle de la universidad, estaba prohibida incluso la entrada. Todo el mundo sabía a quién pertenecía la universidad: ¡a ese mendigo! Un día, de repente, vi a un hombre joven; el viejo ya no estaba allí. -¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está el viejo? -le pregunté.
-Es mi suegro -me contestó-. Me ha regalado la universidad.
La universidad no sabía que había cambiado su dueño, que tenía un nuevo dueño. El hombre joven dijo: -Me he casado con su hija.

En India, cuando te casas con la hija de alguien recibes una dote. No basta con casarte con ella, tu suegro, si es muy rico, te tiene que dar un coche, una casita. Si no es tan rico te tendrá que dar, por lo menos, una moto, y si no, una bicicleta, pero te tiene que dar algo: un equipo de radio, un transistor, un televisor... y algo de dinero. Si es realmente rico, entonces te dará la oportunidad de viajar al extranjero, estudiar y convertirte en una persona más instruida, un médico, un ingeniero... él correrá con los gastos.

La hija de este mendigo se había casado, y la dote que había recibido el joven era toda la universidad. -A partir de hoy, esta calle y esta universidad me pertenecen -dijo- Y mi suegro me ha dicho quiénes son mis clientes.

Me encontré con el viejo en la calle y le dije: -¡Magnífico! Has hecho bien en darle una dote.
-Sí -dijo él-. Sólo tenía una hija y quería hacer algo por mi yerno. Le he dado el mejor sitio para mendigar. Ahora estoy aquí de nuevo, intentando arreglar mi monopolio en la calle. Es un trabajo duro porque hay muchos mendigos, y son veteranos que ya tienen sus clientes. Pero no pasa nada, lo conseguiré; echaré a unos cuantos mendigos de aquí. -Y lo hizo.

De modo que cuando ardió el bosque, los dos mendigos se pararon a pensar un momento. Eran enemigos, ni siquiera se hablaban, pero se trataba de una emergencia. El ciego le dijo al que no tenía piernas: -La única manera que tenemos de escapar, es que tú te sientes encima de mis hombros; usa mis piernas y yo usaré tus ojos. Es la única manera de salvarnos.

Lo entendió inmediatamente. No hubo ningún problema. El hombre que no tenía piernas no podía' escaparse, no podía atravesar el bosque... estaba ardiendo. Se podía haber desplazado un poco, pero habría sido inútil. Había que encontrar una salida rápido. El ciego también estaba seguro de que no podría salir. No sabía dónde estaba el fuego, dónde estaba la carretera, dónde se estaban quemando los árboles y dónde no. Era ciego... se perdería. Pero los dos eran inteligentes; se olvidaron de su enemistad, se hicieron amigos y salvaron la vida.
Es una fábula oriental. Trata de tu intelecto y tu corazón. No tiene nada que ver con los mendigos, tiene que ver contigo. No tiene nada que ver con el bosque en llamas, tiene que ver contigo... porque tú estás en llamas.

Tú estás quemándote, sufriendo, triste y angustiado en todo momento. Sólo tu intelecto está ciego. Tiene piernas, puede correr, puede ir rápido, pero como está ciego no puede escoger la dirección adecuada. Inevitablemente, se tropezará constantemente, se caerá, se hará daño y sentirá que la vida no tiene sentido. Por eso; los intelectuales de todo el mundo dicen: "La vida no tiene sentido."

El motivo por el que la vida les parece un sinsentido es que el intelecto ciego está intentando ver la luz, pero es imposible.

Dentro de ti hay un corazón que ve, que siente, pero que no tiene piernas; no puede correr. Se queda ahí donde está, latiendo, esperando... algún día el intelecto lo entenderá y será capaz de usar los ojos del corazón.

Cuando digo la palabra confianza me refiero a los ojos del corazón.

Cuando digo la palabra duda me refiero a las piernas de vuestro intelecto.

Ambas pueden salir juntas del fuego sin ningún problema. Pero recuerda, el intelecto tiene que aceptar llevar al corazón sobre sus hombros. Tiene que hacerlo. El corazón no tiene piernas, sólo ojos, y el intelecto tiene que escuchar al corazón y obedecer sus indicaciones.

En manos del corazón, el intelecto se vuelve inteligente. Es una transformación, una transformación absoluta de energía. Ahora la persona no se vuelve intelectual, simplemente se vuelve sabia.

La sabiduría nace del encuentro del corazón y el intelecto. Y cuando has aprendido el arte de sincronizar los latidos de tu corazón con el funcionamiento de tu intelecto, tendrás el secreto en tus manos, la llave maestra que abre todos los misterios.

Osho, Coraje

 

 

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