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Los siete pecados capitales en la investigación científica   

 

 

Ponencia presentada al VI Congreso iberoamericano de psicología. Lima, 16, 17 18,19 de julio de 2008

 

Para quienes nos dedicamos a la actividad académica, sobre todo en las instituciones de educación superior como las universidades, el problema del conocimiento debería exceder al inmediato marco utilitario en nuestra actividad investigativa, se debería además de examinar las teorías construidas que de vez en cuando se presentan como una profana novelería y llegan a imponerse debido a nuestra inveterada costumbre novelera y, desde luego, de muy corto plazo, discriminar entre la ciencia y la literatura; debería ser una de nuestras primeras tareas, de ese modo se reorientaría en mejores condiciones los supuestos teóricos de nuestras investigaciones y de nuestros asesorados.

Nos encontramos a diario con investigaciones de todo tipo, hay algunas muy bien elaboradas, que abordan auténticos problemas que exigen una respuesta adecuada e inmediata, en tanto que otras, muestran una precariedad académica extraordinaria que no alcanzan a encontrar los supuestos teóricos que las orienten. Las primeras son lamentablemente muy escasas en tanto que las otras abundan y son muy frecuentes. La mayor parte de las investigaciones son trabajos de tesis para la obtención de un grado académico, y otras se producen dentro del marco que justifique la función de investigación en la docencia en las universidades públicas.

En este contexto, unos tratamos de privilegiar los supuestos teóricos, en la esperanza que el investigador al menos conozca una teoría que le permita explicar el problema que aborda, otros enfatizan el método, omitiendo o postergando los fundamentos teóricos (Palacios, 2008). Ambas tendencias terminan por mediatizar la investigación. En el primer caso, el descuido de la metodología la hace del todo vulnerable; y en el segundo, la falta de un fundamento teórico hace que el método termine convalidando ingenuidades, cuando no disparates. Hay otra tendencia: el snobismo por incluir teorías que se han puesto de moda. A veces estas teorías novedosas tienen una consistencia epistémica muy sólida, aunque no se la advierta de inmediato, sin embargo, no se les reconoce como tales por la trivialización que sufren para hacerlas accesibles al mercado. En tanto que otras son realmente triviales, pero habiendo postores en el mercado, el lucro se da sin pudor alguno, pues sus mentores no se interesan por la consistencia de las teorías cuanto por la demanda de éstas en el mercado, siempre ávido de grados académicos.

Una forma de corregir esta tendencia paradojal es ilustrar el mercado: los graduandos y las instituciones encargadas de hacerlo, estas últimas son, pues, o deberían serlo, las instituciones educativas, de donde egresan los postulantes a los grados. Sin embargo -y esto es lo más paradójico- muchas de ellas compiten entre sí disputándose el liderazgo de incurrir en este tipo de novelerías académicas, que han terminado por caricaturizarlas, y en un intento de ocultar este mal acomodo académico sobreactúan impostando formalidad, con lo cual la caricatura resulta mucho más grosera.

Lo anterior, lamentablemente no es reciente, lleva ya algunas décadas (Colom, 2000) y seguramente perdurará un buen tiempo. En un intento por reducir esta tendencia, el Perú ha ingresado tardíamente en un proceso de acreditación académica en las instituciones educativas superiores, que no logrará eliminarla, pero será posible reducirla en la medida que los miembros de las instituciones adquieran la vocación de enmienda y arrepentimiento académicos. El escepticismo por el resultado de la acreditación se funda en que este tipo de defraudación académica no es reciente, lleva décadas, y requerirá otras tantas corregirla a partir del momento que decidamos iniciarla.


Este propósito de enmienda tampoco es reciente, como lo ha señalado Fernando Savater, “nadie está condenado a repetir los errores de una educación defectuosa” (Savater, 1997). Seguramente habrá personas que individualmente hayan reparado en esta nefasta tendencia y hayan empezado el cambio en sí mismas, y de inmediato lo harán en las instituciones donde laboran. Estas personas constituyen un valioso activo que no puede ser ignorado si es que realmente se desea una acreditación, pero si es que esta acreditación resulta en sólo una apariencia, estos activos académicos seguirán en un estado de marginalidad en sus instituciones, como se observa en la actualidad.

El estado de postración académica en la que se encuentran muchas de las instituciones educativas, es debido a la falta de ética en la actividad académica, incluida la investigación (Colom, 2000) que guarda íntima relación con la precariedad académica de sus miembros, si hubiese competencia académica, habría una noción bien lograda de la ética, su falta implica la carencia de la otra. En este contexto es donde se intenta hacer investigación, es sintomático, nuestros investigadores se proponen diversos problemas como objetos de estudio, pero omiten otros problemas mucho más urgentes: ¿Cómo recuperar académicamente a las instituciones educativas? ¿Qué hacer? Y sobre todo ¿Por dónde empezar? Definitivamente los cambios que tanto se requieren en nuestra sociedad, cuando empiecen, deben provenir principalmente de las instituciones educativas superiores, aunque éstas sean pocas, pero no al revés, es decir, que las instituciones educativas se recuperen a la postre de las otras que conforman el conglomerado social.

En muchas ocasiones se han planteado estas interrogantes en diversos foros, desde las clases en pregrado y, por supuesto, en asambleas y congresos, encontrando de esta manera una tendencia saludable: muchos aciertan cuando señalan que debe iniciarse individualmente, recurriendo a la formación autodidacta, sin esperar que las instituciones se corrijan primero, o que la redención empiece por la administración de turno. Lamentablemente, los administradores de turno son a su vez egresados de instituciones cuya acreditación implicaría un proceso de un esfuerzo inmenso; más bien, curiosamente, los egresados de las instituciones académicamente acreditadas no muestran interés por la administración, sobre todo la pública.

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

Esta forma de conocimiento es una construcción que viene a ser el producto de la investigación científica. A partir de ella, nos percatamos de la presencia de diversos problemas, y la solución de los mismos es la obtención de nuevos conocimientos, siempre y cuando nos interesemos realmente en la producción de los mismos. Lamentablemente, muchos investigadores no se orientan en esta dirección: la construcción del desconocimiento. Se orientan de un modo utilitario, privilegiando la aplicación del método más apropiado para los problemas que se plantean, sin cuestionar la legitimidad de los contenidos teóricos que se suponen estables o normales para usar términos de Thomas Kuhn (1986).

Con el objeto de analizar estas tendencias, recurriré a los muy difundidos preceptos judeo-cristianos, para que a partir de ellos se pueda establecer analogías entre los denominados pecados capitales y los vicios que incurrimos cada vez que nos abocamos a la investigación que suponemos científica. De este modo, será posible examinar a unos y otros: investigadores e investigados, tirios y troyanos, moros y cristianos, el estado en el que se encuentra la investigación científica. Estoy consciente que presentarlos de este modo implica un riesgo: unos lo tomarán literalmente, otros al modo de literatura y algunos, tengo la esperanza, lograrán una mejor comprensión lectora, que vaya más allá de lo que explícitamente manifiesta el autor y buscarán una aproximación a lo que quiso decir (Gadamer, 1995). Interpretar, hacer conjeturas y hermenéutica no es completamente erróneo, por ejemplo, cuando muchos investigadores se aferran en el método, omitiendo o evadiendo interpretaciones, renunciando a tareas metacognitivas (Flavell, 1996), es pertinente hacer conjeturas próximas a la carencia o precariedad epistemológica, hermenéutica, heurística, ética, filosófica, etc. ¿Es posible hacer investigación en este estado de precariedad? Debemos convenir que éste ya no es un problema estrictamente académico, en muchos aspectos ya es un problema social (Palacios, 2008).

Muchas de las investigaciones que se proyectan y ejecutan se encuentran en un estado exploratorio, es mejor reconocerlas en ese estado, para poder hacer un acopio de la información necesaria como para poder plantearla luego, con los supuestos teóricos adecuados, en mejores condiciones y con mayores herramientas intelectuales en investigaciones científicas, en lugar de maquillarlas groseramente para pasar como investigaciones logradas, éste es tal vez el peor de los pecados en los que se ha incurrido reiteradamente, y estas travesuras de los niños malos, hoy ya adultos, han convertido a sus instituciones en una verdadera trampa, maldición y condena para sus miembros, particularmente para los más jóvenes recién llegados. Al respecto, circula por internet un chiste bastante corrosivo: “¿Cuántas personas se necesitan para cambiar un foco en las instituciones A, B, C, D. etc?” Esto nos da una idea aproximada del estado actual de las instituciones y, sobre todo, cómo nos perciben.

LOS PECADOS CAPITALES

Es momento de analizar los pecados, los demonios, los castigos previstos incluyendo a íncubos/súcubos, es decir, demonios que de un modo u otro nos inducen a la comisión de cierto tipo de pecados. Examinaremos también las virtudes que se oponen a dichos pecados:

LA PEREZA. Es según todos los indicios el primero de todos los pecados. Es descrito como la incapacidad para aceptarse y ocuparse de su propia existencia. El demonio que lo caracteriza es Belphegor. Este parece ser el primer vicio en la investigación también, la pereza lleva a muchos investigadores a limitarse a prescribir, recomendar o imponer métodos supuestamente apropiados a problemas carentes de fundamento, es decir, a pseudoproblemas, derivados de una precaria o nula fundamentación teórica. Este tipo de asesores muchas veces ni siquiera leen la formulación de los problemas, donde la hipótesis no pasa de simples sospechas que se encuentran dentro del sentido común, con un lenguaje común, el mismo que se caracteriza por su ambigüedad y no califican como hipótesis científicas, es decir, no se encuentran formuladas dentro de los supuestos teóricos que sustentan la consistencia de los mismos.

El lenguaje, en cualquier caso sirve de mediador, entre nosotros y el contexto, entre nosotros y nuestras propias actividades, el lenguaje es lo que nos define en nuestra subjetividad necesariamente singular (Popper, 1994). El lenguaje, sobre todo el científico, es el que nos orienta adecuadamente en nuestros proyectos de investigación o su carencia nos induce al error (Piscoya, 2008)

La pereza no sólo queda circunscrita a este aspecto, involucra también a la consistencia del problema y la teoría, es decir, se expresa en la carencia lógica debido a la precariedad no sólo epistémica, sino también a la falta de información teórica. Aquí surge una primera interrogante: ¿Por qué los investigadores se muestran renuentes a la epistemología y a la filosofía? (Sierra, 1986). Esto no sólo se explica por la pereza, pueda que exista el temor a ser refutados en sus supuestos y sobreseídos, y esto tendría que obligarlos a examinar sus propias teorías y analizar otras más consistentes, aquí es donde ya se da la pereza. Es castigo previsto para quienes pecan de este modo el de ser arrojados a un foso de serpientes. La virtud que la repara es la diligencia, debiéramos alentar para que nuestros investigadores se interesen por examinar diligentemente tanto las suyas como también nuevas teorías. Esto será mucho más factible con los artesanos de la investigación, no así con los industriales.

La pereza impide que se conozca mejor a los sujetos con quienes y a quienes supuestamente se estudia, al reducirlos a la aplicación de métodos, sobre todo cuantitativos, al estudiarlos como si se trataran de sistemas cerrados, se equivoca en definirlos como a los demás seres vivos (Bertalanfy, 1991); como sistemas abiertos, para quienes el contexto es una condición más, pues permanentemente interactuamos según sea el contexto en el que nos encontremos (Morín, 1995); y donde la variable independiente no opera las mismas respuestas entre dos o más individuos (Popper, 1987). Esto impide que el comportamiento de las personas sea del todo previsible, con lo cual las generalizaciones pierden vigencia mucho más rápido de lo previsto (Martínez, 1998).


Es la pereza también la que ha creado un mercado para la industria de la investigación, donde muchos graduandos optan por recurrir a ellas exonerándose del esfuerzo académico por llevar adelante sus propios proyectos de investigación.

LA ENVIDIA. Parece ser el segundo de los pecados, caracterizado por el deseo insaciable por privar a los demás de sus bienes, posesiones y poder. El demonio que la representa es Leviatán, en tanto que el castigo previsto es la inmersión en aguas gélidas. En la investigación, este pecado estaría representado por el obsesivo “celo profesional” que incluye no sólo a las teorías científicas, aquí se incluyen también las ideologías y los métodos empleados (Colom, 2000), en reclutar adeptos para garantizar un posicionamiento dentro de las instituciones y poder negociar con ventaja con otros grupos el control de las instituciones.

Este proceso se encuentra muy bien explicado en el sexto volumen de la novela “Harry Potter” (Rowling, 2006) cuando su autora describe cómo se forman los denominados grupos de poder dentro de las instituciones educativas en el Reino Unido. Rowling se dedica en una serie de siete tomos a describir parsimoniosamente los vicios del sistema educativo inglés: En torno a un sujeto lo suficientemente audaz, los primeros en aproximarse son quienes buscan protección académica, los siguientes en llegar son quienes buscan impunidad administrativa, entre ambos logran constituir un grupo bastante compacto, y logran imponerse a quienes se encuentran dispersos. Como puede observarse, esta descripción se aproxima milimétricamente a lo que acontece en muchas de nuestras instituciones educativas superiores. Para esto, la autora se vale de una analogía bastante conocida: representa a la comunidad académica inglesa con otra de magos, y a partir de este artificio, examina la dinámica que existe entre sus miembros, sus relaciones con el poder político, la justicia, la economía, etc, etc.

La virtud opuesta a este pecado es la caridad. Una actividad académicamente caritativa debe estar orientada a garantizar a todos los miembros de la comunidad universitaria, la igualdad de oportunidades de desarrollo académico a partir de la implementación de bibliotecas, suscripción a revistas especializadas, suscripción de convenios destinados al mismo fin, etc., abandonando el execrable sectarismo y mezquindad con que actualmente se maneja los ya exiguos presupuestos a los que tenemos acceso. Desde luego que la caridad debe empezar en las universidades públicas por el Ejecutivo que continúa dilatando no sólo la homologación de los docentes universitarios, también continúa postergando la dación de una nueva ley universitaria que ponga término a la hipertrofia de los grupos de poder.


Este pecado cuenta con la complicidad de los demás miembros de la comunidad académica, al no haber sabido protegernos adecuadamente de las mayorías reclutadas de este modo (Martel, 2007 A), hemos permitido la imposición y dictadura de las mayorías de terciopelo, esto es, poco menos que medio pelo. Esperamos que la nueva ley universitaria corrija esta perversa tendencia y que sea pronto.

LA AVARICIA, asociada a la codicia, la adquisición compulsiva de riqueza. Su demonio es Mammon, para quienes cometiesen este pecado estaba previsto el ser fritos en aceite hirviendo. Muchos de nuestros investigadores alentados por este pecado han pasado de la producción artesanal a la industrial, sin ningún pudor, alentados por la impunidad, esquilmando la precaria economía de los despistados estudiantes, habiendo impuesto también en muchas instituciones universitarias el monopolio de los métodos cuantitativos como único método válido para las investigaciones en sus egresados.

Actualmente, muchos de ellos están convencidos por esta falacia, otros la toleran por razones prácticas, para no hacerse más dificultades de las que ya encontraron durante su permanencia y facilitarse su rápida graduación. Desde luego que esta forma de imposición ha llevado a matematizar muchísimos disparates, en la creencia que una vez sometidos a dichos métodos ya quedarán exentos de todo pecado y que por ensalmo quedarán libres de toda falacia.

Este pecado ha llevado a situaciones extremas en muchas instituciones tanto públicas como privadas, que han terminado con un marcado sesgo en la formación profesional de sus egresados (Colom, 2000), como se comprueba a diario cuando encontramos a sus egresados en los estudios de postgrado.

La virtud que se opone a este pecado es la caridad, ser caritativos académicamente corresponde a evitar las defraudaciones; implica también una apertura a otros métodos destinados a un mejor conocimiento de la condición humana y, por lo tanto, a mejorar la formación académico profesional de los egresados.

EL ORGULLO O SOBERBIA, se caracteriza por no admitir uno sus pecados, adoptar un comportamiento arrogante como un medio de ocultar sus faltas. El demonio que lo caracteriza es Lucifer, el castigo previsto es la rueda, antigua pena medieval. En la investigación, tal vez este sea el más frecuente de los pecados, habiéndose impuesto artificialmente, como los gurús han organizado en sus instituciones un complejo orden jerárquico, que incluye obispos, sacerdotes, monaguillos, sacristanes y, desde luego, muchísimos cucufatos.

Aquí sería pertinente refutar de algún modo esta soberbia: generalmente plantean los problemas a partir de una variable que se supone independiente, cuando en realidad, estas no existen en tal estado, pues todas son interdependientes, y una de ellas no actúa de modo omnipotente, lo hace junto a otras que, en su conjunto, ejercen influencia en el comportamiento de las personas u organismos. La creencia en tales variables supuestamente independientes es la confirmación de la candorosa ingenuidad determinista en la formación profesional de investigadores y asesores (Popper, 1991).

Partamos de un ejemplo bastante simple: La lectura de estas líneas, si es que la tomamos como una variable independiente, observaremos que las variables dependientes han de ser diversas, para unos resultará irritante y grata para otros, entre ambos extremos, caben una infinidad de intermedios, que pasa por la perplejidad, el escepticismo, lo divertido, etc. Sea cual fuere la actitud que asuma el lector, ésta dependerá sobre todo de su comprensión lectora, de sus saberes previos, de su competencia psicolingüística y, desde luego, de su relación con la comunidad de investigadores, su vínculo laboral, el cargo que desempeña, etc. Esto explica la singularidad de nuestro comportamiento (Anojin, 1987; Galperin, 1976; Pinillos, 1983; Kantor, 1978; Ortiz, 1997; Maturana, 1993; Martínez, 1989; Skinner, 1981).

Por lo tanto, la supuesta variable independiente se encuentra asociada a muchas otras que en su conjunto y no por sí solas ejercen influencia para aceptar o rechazar las propuestas que se hacen (Pinillos, 1983), lo mismo ocurre con cualquier otra variable independiente que se nos ocurra; podríamos tomar como ejemplo la propia investigación, si es que no hubiese la exigencia de hacer una tesis para los egresados tanto del pre como del post grado en las universidades, habrían muy pocos investigadores, y esta discusión se trataría en un círculo mucho más cerrado.

Siguiendo a la tradición cristiana, la virtud que se opone a este pecado es la humildad, y en la investigación científica esta humildad nos conducirá muy pronto a la reflexión epistemológica (Martel, 2006), donde seguramente nos percataremos de las falacias que se nos ha impuesto al interior de las instituciones académicas universitarias (Musso, 1970), donde la formación humanística ha sido extirpada y que muchas de estas se han hecho refractarias a la discusión filosófica, lo cual ha contribuido a un deterioro académico acelerado en la formación profesional de sus egresados.

LA LUJURIA. Es reconocida como la presencia de deseos o pensamientos obsesivos que conducen a la persona a diversos tipos de compulsiones. El demonio que lo caracteriza es Asmodeo y el castigo previsto es el asfixiamiento en el fuego y el azufre. Haciendo una analogía en el contexto de la investigación científica, puede observarse este pecado en la compulsión por reducir los problemas al empleo de un método supuestamente apropiado (Musso, 1970), al encontrar variables que puedan ser cuantificadas y que no ofrezcan resistencia a mostrar indicadores cuantificables mediante instrumentos dispuestos para tal fin.

Si es que la variable no puede ser cuantificada, entonces se busca otra, o se construye un instrumento que permita tal cuantificación. Esta compulsión ha llegado a desnaturalizar la comprensión mejor lograda de muchos problemas. Pretender reducir la investigación a la disponibilidad de los métodos o instrumentos ha conducido a las ciencias a la caricatura y a desnaturalizar el objeto de estudio que se proponen. Imponer este estilo a las instituciones universitarias ha conducido de la ineptitud, a la indigencia (Ardila, 1987).

La virtud que se opone a este pecado es la castidad, se entiende como la ausencia de compulsión por el poder (Foucault, 1991). Según este autor, lo que nos define como personas es el tipo de relación que establecemos con el poder, estemos conscientes o no (Martel, 2007). La actitud que asumamos con respecto a esta lectura se adopta igualmente por nuestras complejas relaciones con el poder. Esto no significa que realmente nos hayamos vinculado, es suficiente alentar expectativas o temores a cerca de las implicancias de nuestra actitud –reitero- estemos conscientes o no del proceso. Entonces –enfatizo- este no es un problema estrictamente académico, se ha convertido en un problema social, un problema de dependencias y subsistencias (Alarcón, 1986).

Cuanto mayor es el riesgo que esto último se descubra, mayor es la compulsión por la simulación lujuriosa, ya que esta se produce cotidianamente, sin medida ni clemencia, se muestra preocupación por la imagen institucional, pero no por ofrecer un mejor servicio educativo (Palacios, 2008). En vano se pueden gastar litros de tinta o toneladas de papel cuando el problema ya trasciende los linderos de la actividad académica, por eso esta discusión en este congreso se hace mucho más pertinente (Colom, 2000).

LA GULA. Este pecado se identifica con la glotonería irracional, innecesaria. El demonio que lo caracteriza es Beelzebub, en tanto que el castigo previsto el de tragar ratas, sapos, lagartijas y serpientes. Dentro de la investigación, son muchísimas las veces que los investigadores se encuentran expuestos a tragar sapos y serpientes como consecuencia de los errores en los que incurrimos, de las generalizaciones y, sobre todo, de las sobre-generalizaciones que pretendemos establecer, o cuando los algoritmos empleados no alcanzan significación estadística alguna y hay que recurrir a la cosmética, para no quedar del todo desairados en las hipótesis formuladas, a consecuencia de la gula por digerir investigaciones mal planteadas y peor ejecutadas, etc.

En muchos casos, esta gula hace que investigadores artesanales se conviertan precozmente en industriales, caricaturizando la principal actividad de la cual el resultado debería ser una mejor calidad en el conocimiento, en estas condiciones los proyectos muchas veces terminan en una caricatura y en un afán de encubrirla se recurre a la comisión de los pecados anteriores.

La virtud que se opone a este pecado es la templanza, es decir, precaverse de investigar lo que sea factible y empleando el método adecuado. Y aquellos problemas que ofrecen resistencia, investigarlos de un modo exploratorio, con la finalidad de acopiar la información necesaria para que en una próxima oportunidad se le pueda afrontar con más y mejores herramientas intelectuales.

LA IRA. Este pecado se relaciona con la negación vehemente de la verdad, entonces se halla emparentado con el anterior. El demonio que lo caracteriza es Satanás y la pena prevista es el desmembramiento. En el contexto académico este desmembramiento es cotidiano: ¿Cuántas veces hemos revisado tesis esperpénticas asesorados por investigadores despistados y angurrientos? ¿Cuántas veces hemos sido atacados por una ira similar al leer muchísimas tesis defectuosas? ¿Cuántas veces hemos sido misericordiosos en aprobar por mayoría sustentaciones de este tipo? Lamentablemente, este tipo de experiencias frustrantes no son esporádicas, se han convertido en el agrio pan nuestro de cada día.

Este tipo de experiencias son demasiado frecuentes en el contexto académico. Entonces, antes de proponer exigencias académicas de ese tipo, es mejor analizar si es que la institución ofrece las garantías necesarias para tal propósito, no es posible aplacar a los tigres arrojándoles corderos. Es necesario ser misericordiosos con estos últimos, pues no se orientan adecuadamente en la elección de las instituciones donde pretenden adquirir la competencia académica necesaria para una decorosa profesionalización.

Estoy consciente también que esta lectura habrá alentado iras y complacencias, es natural que esto ocurra, la actitud que asumamos definirá el posicionamiento no sólo académico, aquí hay implicancias filosóficas, epistemológicas y éticas. Las analogías que se han hecho igualmente habrán provocado respuestas tanto de aprobación como de rechazo; en cualquier caso, esta actitud igualmente involucra un comportamiento complejo con implicancias académicas e ideológicas principalmente, pero hay otras, muchas más, sobre todo de nuestro posicionamiento en un continuo en la aproximación a la ética, lo que hace simpáticas o antipáticas a las personas o instituciones: no es su apariencia, o su imagen, es sobre todo su aproximación a la ética.

Para finalizar, recurriré nuevamente a Fernando Savater quien sostiene que la condición humana no la adquirimos por haber nacido en esta especie, más bien la lograremos a partir de una educación éticamente orientada. Y, quienes no alcanzan este logro deben resignarse a permanecer como proyectos inacabados, inconclusos, o parcialmente ejecutados. Como podemos advertir, en nuestra sociedad existen muy pocas instituciones que han logrado este propósito, y la elección de las instituciones muy pocas veces se hacen con la información y los recursos suficientes, muchas veces nos tenemos que resignar a una escasa información y menos recursos disponibles.

Finalmente, abrigo la esperanza que muchas otras instituciones más puedan lograr no sólo la acreditación, sino también la competencia académica necesaria para poder prestar un mejor servicio educativo en la formación profesional de sus alumnos en un plazo breve, con el abnegado aporte de sus miembros. Lo que me animó recurrir a las analogías anteriores, fue el intentar revertir lo que Bunge señala como el círculo infernal en el que se encuentran nuestras sociedades “miseria-ignorancia-miseria”, para quebrarlo y convertirlo en un círculo virtuoso que propone Gadamer, es necesario romper con lo que Popper advierte “la conspiración del silencio, que no es más que la conspiración del error, la conspiración de la ignorancia”. Les agradezco su paciencia por haber puesto a prueba su virtuosa tolerancia.

Dr. Hugo Martel Vidal

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