El pensamiento y más allá  

 

El “yo” es pensamiento. Para ir más allá del “yo” debemos ir más allá del pensamiento.

Cuando el hombre va más allá del “yo” irrumpe en dos elevados estados de conciencia: unidad y ser.

Cuando el pensamiento está activo aparece “el pensador” y “lo pensado”. Esto crea la dualidad y la sensación de estar separado de lo pensado. Cuando el hombre piensa en lo percibido, el observador y lo observado aparecen creándose la dualidad o la sensación de estar separado de lo percibido. Pero cuando el hombre afronta el presente en estado de alerta percepción y con ausencia de pensamiento, vivencia la unidad con lo percibido, ya que no existe forma de separarse o distinguirse de aquello que se percibe.

Cuando el pensamiento está activo la sensación de ser, de estar y existir es casi nula. A su vez cuando el pensamiento está activo el tiempo psicológico está presente (el recuerdo y la auto-proyección). Pero cuando el pensamiento cesa en su actividad y el hombre afronta el presente en estado de alerta percepción, una extraordinaria sensibilidad aparece. Esta extraordinaria sensibilidad (que sólo surge en el presente perfecto) es la de ser y estar, la de existir más allá de cualquier límite (conciencia de eternidad); surge lo atemporal o eterno, ya que el pensamiento no tiene la
oportunidad de crear un tiempo psicológico ni de eclipsar la sensación de ser.

Krishnamurti al escribir sobre la diferencia entre la experiencia y la vivencia nos menciona estos dos elevados estadios de conciencia. Leamos lo siguiente:

“La experiencia es una cosa, y la vivencia es otra. La experiencia es una barrera para el estado de vivencia. Por más placentera o desagradable que sea la experiencia, ella impide el florecimiento de la vivencia. La experiencia ya está atrapada en la red del tiempo, pertenece al pasado, se ha convertido en un recuerdo que sólo revive como respuesta al presente. La vida es el presente, no es la experiencia. El peso y la fuerza de la experiencia ocultan el presente, y así la vivencia se convierte en la experiencia. La mente es la experiencia, lo conocido, y jamás puede estar en estado de vivencia; porque lo que ella experimenta es la continuación de la experiencia. La mente únicamente conoce la continuidad, y mientras exista su continuidad no puede percibir lo nuevo. Lo que es continuo jamás puede hallarse en un estado e vivencia. La experiencia no conduce a la vivencia, que es un estado sin experiencia. La experiencia debe cesar para que la vivencia sea.

La mente puede atraer solamente sus propias proyecciones, lo conocido. No puede existir la vivencia de lo desconocido hasta que la mente cese de experimentar. El pensamiento es la expresión de la experiencia; el pensamiento es una respuesta de la memoria; y mientras el pensamiento intervenga, no puede haber vivencia. No hay ningún medio, ningún método para poner término a la experiencia porque el mismo medio es un obstáculo para la vivencia. Conocer el fin es conocer la continuidad, y tener un medio para lograr el fin es mantener lo conocido. El deseo de realización debe disiparse; es este deseo que crea los medios y el fin. La humildad es esencial para la vivencia. Pero ¡cuán ansiosa está la mente de absorber la vivencia en la experiencia! ¡Qué rápida es para pensar en lo nuevo y convertirlo en lo viejo! Así ella establece el experimentador y lo experimentado, dando nacimiento al conflicto de la dualidad.

En el estado de vivencia, no existe ni el experimentador ni lo experimentado. El árbol, el perro y la estrella del atardecer no pueden ser experimentados por el experimentador; ellos son el mismo movimiento de la vivencia. No hay separación entre el observador y lo observado; no hay tiempo, no hay intervalo espacial para que el pensamiento se identifique a sí mismo. El pensamiento está completamente ausente, pero hay ser. Este estado de ser no puede ser pensado o meditado, no es una cosa que pueda ser realizada. El experimentador debe cesar de experimentar, y únicamente entonces hay ser. En la tranquilidad de su movimiento está lo atemporal.” (J. Krishnamurti, Comentarios sobre el vivir, primera serie, pp. 28-29)

Y en otra parte, Krishnamurti contesta a la pregunta: pero, ¿cómo podré dar fin al pensamiento?

“Nuevamente, escuchad sin prejuicio, sin interponer conclusión alguna, ni propia ni de otro; escuchad para comprender, y no meramente para refutar o aceptar. Preguntáis de qué manera podéis dar fin al pensamiento, pero ¿sois vos, el pensador, una entidad separada de sus pensamientos? ¿Sois enteramente diferente de vuestros pensamientos? El pensamiento puede colocar al pensador en un nivel muy elevado y darle un nombre, separarlo de sí mismo; pero el pensador sigue estando dentro del proceso del pensamiento, ¿no es así? Sólo hay pensamiento, y éste crea al pensador; el pensamiento da forma al pensador, como entidad permanente, separada. El pensamiento se ve a sí mismo impermanente, en flujo constante, de modo que engendra al pensador como entidad permanente, aparte y diferente de sí mismo. Luego el pensador actúa sobre el pensamiento; el pensador dice: “Tengo que dar fin al pensamiento”. Pero sólo existe el proceso del pensar. No hay pensador aparte del pensamiento. Es vital vivenciar esta verdad. No se trata de una mera repetición de frases. Sólo hay pensamientos, y no un pensador que piense pensamientos.

Pero ¿cómo surgió originalmente el pensamiento?

Por la percepción, el contacto, la sensación, el deseo y la identificación: “quiero”, “no quiero”, y así sucesivamente. Ello es bastante sencillo, ¿no? Nuestro problema es: ¿Cómo puede terminar el pensamiento? Toda forma de compulsión consciente o inconsciente, es enteramente inútil, porque implica uno que domina, uno que disciplina; y, como vemos, semejante entidad no existe. La disciplina es un proceso de condenación, comparación o justificación; y cuando se ve claramente que no hay entidad separada como pensador, el que disciplina, entonces sólo hay pensamientos, el proceso de pensar. Pensar es la respuesta de la memoria, de la experiencia, del pasado. También hay que percibir esto, no en el nivel verbal, sino que tiene uno que vivenciarlo. Sólo entonces hay una pasiva vigilancia en la que no existe el pensador, un darse cuenta en el cual el pensamiento está totalmente ausente.

La mente, la totalidad de la experiencia, la auto-conciencia que está siempre en el pasado, sólo está en calma cuando no está proyectando; y esta proyección es el deseo de llegar a ser.

La mente está vacía sólo cuando el pensamiento no existe. Éste no puede terminar más que por medio de la vigilancia u observación pasiva de todo pensamiento. En esta alerta percepción no hay observador ni censor; sin el censor, sólo hay vivencia. Al vivenciar no existe ni el experimentador ni lo experimentado. Lo experimentado es el pensamiento, que da nacimiento al pensador. Sólo cuando la mente está vivenciando hay calma, el silencio que no ha sido confeccionado, compuesto; y tan sólo en esa tranquilidad puede surgir lo real. La realidad no es del tiempo y no se puede medir.” (pp. 249-260).


José Antonio Ramón Calderón

 

 

 

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