¿Qué bloquea nuestra capacidad de pensar?   

 

 

Cuando vuelvo los ojos a los días de la escuela, me acuerdo de la enorme cantidad de tiempo que necesitaban mis profesores para conseguir que retuviera fechas y sucesos históricos. Recuerdo que, año tras año, tenía que aprenderme cuantas esposas había tenido no se qué rey, sus nombres y que le había pasado a cada una de ellas; y más adelante me examinaba de todo ello. Recuerdo que los profesores empleaban mucho tiempo en enseñarme a ser crítico: escribí montones de ensayos sobre cuestiones como “Crítica de la política exterior de Napoleón”. No recuerdo, sin embargo, que mis profesores dedicaran mucho tiempo a enseñarme las técnicas y los métodos más útiles para generar ideas. Y, no obstante, se puede muy bien afirmar que todo lo que ha conseguido el ser humano ha nacido siempre de una idea.

Si mejora su capacidad de tener ideas, verá que podrá beneficiarse enormemente de ello no solo en el trabajo, sino también fuera de él: se le pueden ocurrir montones de ideas para tener ocupados a los niños durante las vacaciones, para reorganizar la cocina, para ahorrar tiempo o para mejorar su situación económica. La buena noticia es que usted puede perfeccionar su capacidad para generar ideas de forma ostensible en poco tiempo. He aquí los métodos:

con la práctica
mediante el conocimiento y la aplicación de las técnicas destinadas a ello;
con la ayuda de un entorno favorable

Pero antes de que empecemos a ver cómo generar ideas es necesario tener presentes los elementos que “bloquean el pensamiento”: se trata de factores que impiden que nuestra creatividad se desarrolle. Los más habituales son:

el conformismo
el miedo a que se rían de nosotros,
el pensamiento “de vía única” y
la pasividad.

El conformismo

El miedo a lo que puedan pensar los demás puede inhibir nuestra creatividad. En una sesión destinada a ayudar a algunos empresarios a generar ideas de cara a una mayor diversificación de su negocio, les plantee lo siguiente: “Si diversificamos nuestra actividad, ¿qué pensarán los demás?”. Es legítimo preocuparse por la imagen de la empresa, pero no lo es tanto como para que lo que más nos preocupe sea nuestra imagen y lo que piense el vecino: esto último puede ser motivo de que dejemos de lado con excesiva facilidad ideas que deberíamos considerar con mayor detenimiento. No pierda nunca de vista que muchos de sus logros le situarán al margen de la mayoría simplemente porque eso no es lo que hacen el Sr. O la Sra. Media Nacional. Hay mucha gente que tiene éxito en su terreno y a la que no podríamos tildar de conformistas: es el caso de Richard Branson, sir Elton John o Anita Roddick.

El miedo a que se rían de nosotros

La capacidad de hacer reír o sonreír a los demás es una virtud muy apreciada, pero a nadie le gusta que se rían de él: no queremos hacer el ridículo delante de los demás. Y, con todo, ese miedo, del todo comprensible, puede resultar un impedimento para que nuestro flujo de ideas sea realmente intenso. Imagínese que se encuentra junto a otras personas tratando de aportar ideas que ayuden a resolver un determinado problema: a usted se le ocurre algo, va a decirlo, despega los labios… pero entonces duda. “Es una idea estúpida”, piensa usted para sus adentros, “seguro que se reirán de ella”. (Lo que usted piensa en el fondo es que se van a reír de usted).

Y, sin embargo, a la hora de vender, sucede a veces que las ideas aparentemente más estúpidas son las que captan la atención de los compradores. Supongamos que hace diez o quince años usted andaba tras una idea que le permitiera iniciar su propio negocio. Usted vino a mí y me explicó su idea de presentarse en una ocasión especial –como una cena para celebrar una jubilación- vestido de manera grotesca, de gorila por ejemplo, para, a continuación, cantar una canción cómica. Siguiendo el criterio de años atrás, mi reacción hubiera sido: Hmm… muy interesante, pero ¿qué más has pensado…?. Sin embargo, según la zona de la que usted procediera, mi escepticismo habría sido completamente infundado: en Cambridge, por ejemplo, una ciudad que conozco muy bien, existe un servicio de animadores de fiestas estable y próspero.

Recuerde siempre que una idea aparentemente estúpida puede ser mejorada por usted mismo o por otros. Pensemos en un grupo que trata de tener ideas; uno de los miembros, Juan, ha tenido una idea de la que él cree que los demás se van a reír, pero ha leído este libro y no duda en compartirla con los demás. Cuando éstos han acabado de reír, otro miembro del grupo, Raquel, añade algo a la idea de Juan, y otro miembro más, Luis, al oír esto último añade un elemento más. A estas alturas, la idea ya no parece tan estúpida. Pero nunca habrían llegado a algo realmente interesante si Juan no se hubiera atrevido a decir su idea en voz alta.

Sin querer, en este último ejemplo acabamos de ver una las ventajas del trabajo en grupo a la hora de generar ideas: gracias a la colaboración de todos los participantes, al grupo se le ha ocurrido una idea interesante a la que, por separado, ninguno de ellos habría llegado.

El pensamiento de “vía única”

Recientemente ideé un curso en el que los asistentes tenían que realizar algunos ejercicios imaginativos en los que demostraran su creatividad: había uno en que les pedía que pensaran para el día siguiente en una forma inusual de disponer las sillas y mesas de una sala. Al salir del aula, dejé en la conserjería un diagrama con un croquis para que se dispusiera nuestra sala de una forma diferente. Al llegar a la mañana siguiente para hacer el ejercicio, mi sorpresa fue enorme al comprobar que la disposición de las sillas era absolutamente convencional, al estilo de un teatro, con filas y más filas rectas y perfectas. Me dirigí sin dilación a ver al conserje que nos había preparado la sala para preguntarle que había pasado. “Bueno, pues miré el dibujo que me dejaron y pensé que eso no podía estar bien. De todas formas solo existe una forma de disponer los muebles de una sala, ¡y es la forma correcta!”.

Si hemos de ser sinceros, es cierto que existen ciertas tareas que sólo se pueden hacer de una forma, quizás por razones tan importantes como, por ejemplo, la seguridad, pero también es verdad que nuestro pensamiento tiende a aceptar de forma perezosa y automática la creencia de que sólo existe una manera de enfocar un determinado asunto. Pregúntese y pregunte a los demás: ¿No hay otra manera de hacerlo? Si le responden: “Es que siempre lo hemos hecho así”, entonces ¡tiene una oportunidad de experimentar algo nuevo! O si le dicen: “Lo intentamos pero no funcionó”, entonces puede que las circunstancias hayan cambiado desde la última vez; por ejemplo: puede que el mercado haya evolucionado.

La pasividad

Mire las cosas de otro modo. Quizás la mejor manera de comprender lo que quiero decir es atender a la historia del walkman de Sony, que puede que sea el producto electrónico de consumo más vendido. Hoy en día todos estamos familiarizados con él, un producto a la fabricación del cual ya se han lanzado multitud de competidores: esa cajita que nos permite escuchar en cualquier parte la música que nos apetece. Pero retrocedamos a los años anteriores a su aparición: ¿es usted lo suficientemente mayor para acordarse de aquellos tiempos en que un radiocasete era una máquina sobre la mesa y con unos casetes más grandes que un walkman actual?

Por aquel entonces, el recientemente fallecido Masaru Ibuka, uno de los cofundadores de Sony, solía hacer una ronda por los distintos departamentos de investigación de la compañía para ver los progresos que se llevaban a cabo. Un día de principio de los setenta, se dirigió a la división de investigación de aparatos de casete para preguntar a los ingenieros cómo progresaba el novedoso proyecto que tenían entre manos: un aparato de casete del tamaño de un libro de bolsillo. Ellos le comentaron que tenían dificultades para adaptar a un aparato de tan reducidas dimensiones los altavoces que habían de dar la calidad de sonido propia de Sony. “¿Y por qué no los quitamos?”, sugirió el cofundador de la compañía. La respuesta fue que, sin altavoces, ¡nadie podría oír lo que el aparato estuviera reproduciendo! El cofundador de Sony indicó que el producto en cuestión podría ir acompañado de unos auriculares que le permitieran a la persona oír sin molestar a los demás.

Masaru Ibuka preguntó a continuación con que otros problemas estaban topando; los ingenieros respondieron que no eran capaces de conseguir un mecanismo de grabación que ofreciera la calidad que se esperaba de un producto de Sony. Obtuvieron una nueva respuesta: “Bueno, lo podemos eliminar de todos modos”, lo cual fue recibido con suma incredulidad: ¡les estaba proponiendo un aparato de casete que no grabara y que pudiera ser escuchado sólo por una persona! Desde ese punto de vista, la proposición implicaba un aparato mucho peor , pero eso implicaba que damos por sentado que un aparato de estas características ha de grabar para que luego todo el mundo pueda oír lo grabado. En cambio, la capacidad de observar el aparato desde otra perspectiva, como nunca antes nadie lo había mirado, le permitió a una persona ver algo distinto: un producto diferente que permitía una audición portátil y personal.

¿Se atreve usted a pensar como lo hacía el cofundador y presidente de Sony y a ver las cosas de otro modo? Seguro que sí, pero tiene que esforzarse en tratar de pensar con esta lógica.

Cómo generar grandes ideas, Barrie Hawkins

 

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