Modelos mentales fijos   

 

 

Aunque el símil es muy burdo, es igualmente significativo: se ha comparado el subconsciente con una esponja que va absorbiéndolo todo; también con un descomunal trastero donde se van depositando, desordenada y anárquicamente, todos los "cachivaches" psicológicos. Ya los primeros yoguis -y hablamos de hace más de cinco o seis mil años- descubrieron por su propia experimentación personal que esos condicionamientos del subconsciente, que ellos denominaron samskaras (impregnaciones subliminales, huellas), determinaban las tendencias de la persona y le robaban mucha libertad interior, además de producir los enojosos automatismos de la mente y los deseos compulsivos. Insistieron ya en la necesidad de "quemar" esas impregnaciones para poder ser interiormente más libres y equilibrados. Esas impregnaciones oscurecen la visión, dispersan la mente, crean profundas contradicciones internas y condicionan el comportamiento. Por esta razón, cuando una vez un discípulo le preguntó a su maestro si era libre, éste le repuso: "Eres libre... pero desde tus condicionamientos."

Los condicionamientos internos son muy numerosos, pues hemos ido recogiendo códigos, patrones de conducta, modelos, ideas y opiniones que se nos han inculcado, esquemas de todo tipo y clichés socioculturales. Todo ello es un "fardo" que nos lastra y condiciona la mente y, por tanto, su percepción y cognición. Por esta causa es necesario "desaprender" mucho de lo aprendido, para ir desencapotando y despejando la mente y su visión. Todos esos condicionamientos determinan nuestras tendencias más mecánicas y, asimismo, con su incongruencia, inquietan y confunden la mente. La persona en la senda hacia la superación de los errores básicos de su mente tiene que ir logrando que la mente que engendra estados mentales confusos comience a generarlos de claridad y precisión, para lo que hay que resolver muchos condicionamientos internos y superar los esquemas mentales. Se ha definido, precisamente, la práctica de la meditación como un método para reorganizar la vida psíquica en un nivel diferente y también como un entrenamiento para conseguir cambiar los modelos mentales, sobre todo aquellos que producen sufrimiento neurótico y aumentan las dificultades mentales y emocionales de la persona.

Aunque difusos e inconscientes -o seguramente por ello-, esos condicionamientos son como hilos invisibles y muy poderosos que rigen los comportamientos internos y externos de la persona y se le imponen de tal modo que queda inerme ante los mismos. Muchos de ellos son generadores de neurosis y han representado una traba en la maduración psicológica de la persona, habiendo detenido su proceso de maduración y crecimiento. Esos condicionamientos frustran el desarrollo natural del individuo y, por su incoherencia, engendran conflictos internos que cursan como desgarramiento, ansiedad, depresión o pesadumbre. La persona no se desenvuelve libre ni armónicamente, sino "asfixiada" por tales condicionamientos, a los que habría que añadir experiencias traumáticas, represiones y, en suma, heridas abiertas en el inconsciente. Todo ello causa malestar psíquico y distorsión en la percepción. El proceso espontáneo de autodesarrollo se malogra y no afloran o eclosionan las mejores potencialidades anímicas, máxime en una sociedad que en absoluto favorece dicho desarrollo natural del individuo, y que crea en él tantas necesidades falaces y deseos artificiales, además de desorientarle sistemáticamente en la búsqueda de su yo real e inclinarle, mórbidamente, hacia el reforzamiento de su personalidad narcisista.

Pero la persona que vive de continuo de espaldas a su ser interior pagará un alto tributo por desatender lo más esencial de sí misma y experimentará una angustia básica que no podrá solventar sólo obteniendo logros y metas en el exterior y que empezará a aliviar cuando decida, si es que toma tal decisión, volverse hacia sí misma. De otro modo sólo conseguirá, y a duras penas, engañarse fabricando un "equilibrio" tan ficticio como precario y que en seguida se vendrá abajo en cuanto circunstancias externas o dificultades internas lo desafíen. Por un error de óptica -y ya que nuestra obra se extiende sobre los errores básicos de la mente- creemos poder superar esa angustia primordial mediante la afirmación neurótica y exacerbada de nuestro ego o acumulando logros en el exterior, o afirmando desmesuradamente la personalidad (la máscara), o satisfaciendo todos los deseos e inclinaciones, o recreando el sentimiento de poder y manipulación o reafirmándonos a través de actitudes prepotentes, arrogantes y despóticas, o mediante otras actitudes todas ellas conducentes al fracaso psicológico y a la intensificación de esa angustia nuclear, que sólo es superable cuando la persona interiormente se integra y psicológicamente madura. No se supera la neurosis con soluciones neuróticas ni la confusión con actitudes confusas. No se consigue un ego integrado y maduro a través del egocentrismo, la autoidealización, la infatuación y las exigencias triunfalistas. Las necesidades enfermizas del ego no son las laudables y lenitivas necesidades del ser.

La vida es una crisis repetitiva y continuada. Cada crisis tiene su poder curativo, su mensaje y su capacidad de aprendizaje, su orientación si sabemos intuirla y nos permitimos desarrollarnos a través de la crisis misma, que nos invita a un nuevo tipo de comprensión y acción. Pero no hay evolución posible ni posible maduración si seguimos aferrados y enraizados en nuestros condicionamientos internos, esquemas y patrones de conducta, aferrados a nuestras ideas y opiniones. Hay que desenmascararse, desaprender y seguir aprendiendo. Los prejuicios, conceptos y esquemas mentales fijos nos impiden ver y adulteran nuestro proceder. A veces incluso nos llevan a conductas regresivas en lugar de evolutivas. Y cuando no hay evolución hay degradación y la persona es como si estuviera muerta aun en vida.

Mediante la autovigilancia y el dominio sano de nosotros mismos, así como la saludable práctica del discernimiento, tenemos que ir superando los viejos modelos de pensamiento, liberándonos de patrones y adoctrinamientos, no apegarnos a ideas o estrechos puntos de vista y mantener una mente más libre, pura y sin condicionamientos. Sólo una mente así está preparada para examinar sin prejuicios, explorar la realidad externa e interna, y lograr vínculos afectivos sanos y relaciones pacíficas, libres de los filtros socioculturales que son grilletes para la mente. El aferramiento a las ideas y el estar condicionado por modelos fijos de pensamiento pueden oscurecer por completo la visión mental y convertir a la persona en torpe, ofuscada y lesiva. En ese caso, la persona se torna un autómata de sus ideas que, a menudo, ni siquiera son suyas y le han sido impuestas o inculcadas.

Los maestros zen siempre han insistido en la necesidad de darle un giro a la mente o conquistar otra manera de ver. Así, vamos ampliando la visión y logrando percibir, conocer y actuar libres de modelos fijos y que acartonan la mente y disecan la vida, robándole su frescura y plenitud. Una mente como coloquialmente se dice cuadriculada, es como una habitación sin ventilar y cuya atmósfera se enrarece o como el agua que no fluye y se empantana perdiendo no sólo su fluidez sino su claridad. Cuando todo en la mente es mudable y fluctuante, unos modelos fijos de pensamiento no conducen más que a la esclerosis mental y la anquilosis emocional. Incluso la que creemos la verdad es sólo nuestra verdad y no tenemos ningún derecho a imponérsela a otras personas, porque nadie detenta el monopolio de lo verdadero. Hay una historia magnífica en este sentido, de las más sagaces sin duda alguna. Recordémosla:

El rey hizo llamar a un asceta muy sabio que residía en uno de los bosques de su reino. Le dijo:
-Me pregunto cómo lograr que la gente sea mejor.
El ermitaño repuso:
-Puedo decirte, señor, que las leyes por sí mismas no bastan para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que practicar ciertas virtudes y éxodos de perfeccionamiento para alcanzar la verdad de orden superior. Esa verdad superior tiene bien poco que ver con la verdad ordinaria.
El rey replicó:
-De lo que no cabe duda es que yo al menos puedo lograr que la gente diga la verdad; puedo al menos conseguir que los demás sean veraces.
El rey decidió instalar un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón, a las órdenes del capitán, revisaba a todo el que entraba en la ciudad. Se hizo público lo siguiente:
"Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será llevada a la horca."
Un día el asceta avanzó hacia el puente. El capitán de la guardia se interpuso en su camino y le interrogó:
-¿A dónde vas?
-Voy camino de la horca para que podáis colgarme.
El capitán aseveró:
-No lo creo.
-Pues bien, capitán, si he mentido, ahórqueme.
Desconcertado el capitán comentó:
-Pero si le ahorcamos por haber mentido, habremos convertido en cierto lo que usted ha dicho y en ese caso no le hemos colgado por mentir, sino por decir la verdad.
-Efectivamente -afirmó el ermitaño-. Ahora usted sabe lo que es la verdad... ¡su verdad! Coménteselo al monarca.

Ramiro Calle, La zonas oscuras de tu mente

 

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